Hay lugares a los que uno llega por casualidad y que no pasan desapercibidos. Espacios en los que alguien quiso imprimir su propia magia y convirtió en algo único; una especie de conducto por el que uno accede y automáticamente se teletransporta a un destino lejano. Escondites a los que uno siempre quiere volver para sentir nuevamente el sabor auténtico del viaje. Uno de esos sitios, sin duda, es Alfredo’s Barbacoa.
Hace unos días en Memoralia recibimos la luctuosa noticia de que Alfredo Gradus, su fundador, había fallecido en Madrid adonde llegó en 1963, destinado por el ejercito americano a la base aérea de Torrejón. Si miramos por la ventana de nuestra oficina la vista alcanza a ver el restaurante de la calle Conde de Aranda donde este emprendedor abrió uno de sus locales más emblemáticos.
Poco tardó en enamorarse no sólo de la ciudad capitalina -que tan bien le acogió desde su llegada- sino de una joven andaluza llamada Ana Galindo, quien terminó convirtiéndose no sólo en su esposa y madre de sus dos hijas, Lorena y Susana, sino en su compañera y cómplice de cada uno de los proyectos de vida que juntos crearon con mucha dedicación y grandes dosis de amor. De ese mimo surgió en 1981 el primer restaurante de comida americana que regentaron. Pero no adelantemos acontecimientos...
De vuelta a los EEUU el protagonista de esta historia continuó su periplo militar desde su Nueva York natal hasta Dakota del Norte, pasando por Texas, donde residió durante una breve pero fructífera etapa de su vida. Allí descubrió como un vaquero más el mundo de la barbacoa, y sentaría en su cabeza entonces las bases culinarias para la elaboración de una salsa que años más tarde sería la clave de su éxito overseas.
De retorno a la vieja Europa, y tras un pequeño periodo de tiempo destinado en Alemania, Alfredo decidió colgar sus hábitos militares y volvió a España, a la misma base militar de Torrejón, pero esta vez para ponerse tras los fogones de la cantina. Durante esa década de los 70, el ambiente de la capital y su conexión con ella, gestada ya durante un tiempo atrás, terminó de conquistarle.
"De Madrid me sedujo el estilo de vida. Cuando era joven había más juerga que ahora, también más libertad. Además, en Madrid, cada barrio es un pueblo”, comentaba el año pasado el propio Gradus en una entrevista concedida al diario El País.
Alfred Gradus, el propietario de Alfred's Barbacoa, en su casa.
Con una idea del negocio ya bastante clara y con la ayuda de los galeristas Kreisler, que le ofrecieron un local en la calle Lagasca, Alfredo y Ana se pusieron en marcha para abrir su primer restaurante, un lugar en el que reproducirían el verdadero sabor americano en una ciudad en la que la cultura burguer aún no había aterrizado. Su hamburguesa purista al más propio estilo sureño triunfó de manera casi automática. Su secreto: un buen corte de carne de origen gallego, y una salsa barbacoa cuya receta, guardada a buen recaudo en una caja fuerte, aún hoy sigue siendo un misterio. Un decorado que recuerda a los Western de Sam Elliott, banderas de la confederación y una banda sonora con clásicos de la música yankee, se encargarían de enriquecer el resto de la experiencia gastronómica. Todo eso, sumado a la presencia de aquel cowboy de ciudad que desbordaba simpatía a raudales, y que generó un sinfín de admiradores, entre los que se encuentra el propio rey don Felipe.
Con esta fórmula, la expansión no se hizo esperar: en 1986 abrieron su segundo local en la calle Juan Hurtado de Mendoza, en Chamartín, y en 2013 un tercero en Conde de Aranda, cuyas puertas hoy permanecen abiertas y donde sus hijas y nietos se encargan de honrar el legado de Alfredo. Desde Memoralia, donde nos apasiona descubrir y contar las vidas increíbles de sus protagonistas, esperamos que Alfredo’s Barbacoa continúe por mucho tiempo alegrando nuestros paladares, gracias al cariño y buen hacer que la segunda y tercera generación aplican, y por quienes este lugar continuará escribiendo su propia y sabrosa historia.